miércoles, 10 de abril de 2013

Fiebre Calvini - Plagas con botas (I)




Buenos días, carquistas.

Me enorgullezco de ser el único ser humano que le dedica 25 horas diarias al fútbol. He memorizado tantos nombres de jugadores que lo milagroso es que no me haya explotado el cerebro, y la RAE me ha felicitado por haber acuñado nuevos adjetivos para describirlos como “fantavilloso”. No obstante, tanto hablar de buenos jugadores ha ido calentando progresivamente una mala leche en mi interior que desconocía.

Porque en el fútbol también hay decepción. Han sido muchos los futbolistas que han invertido toda nuestra fe en barras de discoteca y camas de puticlub. Son jugadores a los que recordamos únicamente para desahogarnos, para inspirar nuevos chistes al estilo de Chiquito de la Calzada, que hizo popular aquella expresión de “trabajas más que el masajista de Prosinecki.” Especímenes de laboratorio que trabajaban más en nombre del ridículo y del JB con cola que del fútbol.

Sin más dilación, os dejo con una primera recopilación de los peores jugadores de la historia de la liga española.

Renaldo



En su presentación como nuevo jugador del Deportivo de La Coruña, esta desgracia brasileña tuvo la desfachatez de definirse de esta guisa: “Tengo lo mejor de Romario y Rivaldo. Soy como Ronaldo, pero con la ‘e’”. Con estas mismas palabras, un hebreo estuvo a punto de abrir un portal interdimensional al infierno hace más de 2.000 años. Lendoiro se gastó 350 millones de las antiguas pesetas por un tío que, efectivamente, tenía lo mejor de Romario y Rivaldo… pero del Romario y el Rivaldo con 40 años. Marcó cinco goles en 23 partidos (hay que decir que perdió a sus padres al poco de fichar por el Súperdepor) y militó después en equipos tan potentes como Las Palmas, Lleida y el Anyang Cheetah de Corea del Sur.

Nicolás Anelka


Florentino Pérez lo compró al Arsenal por 33 millones de euros. Venía con la etiqueta de  ser uno de los mejores delanteros jóvenes de Europa y acabó con la etiqueta de factoría humana de chistes: “Mamá, en el colegio me llaman Anelka… ¿y tú qué haces, hijo? Nada”, o “¿sabes en qué se parecen Anelka y un Ribera del Duero? En que los dos son un Gran Reserva.” Por si fuera poco, el francés caía mal. Caía mal a sus compañeros, a la afición y a Vicente del Bosque, que acabó suspendiéndole de sueldo durante 45 días por negarse a entrenar. Y es que ser tan malo es muy duro. Acabó relanzando su carrera como trotamundos, pasando por Liverpool, Fenerbahçe, Chelsea y Shangai Shenhua. El Juventus lo fichó durante el mercado de invierno de la presente temporada.

Carlos Secretário


Fichó por el Real Madrid en el mejor momento de su carrera, siendo titular indiscutible en la selección portuguesa. Su defensa era tan aberrante que Jupp Heynckes prefirió alinear como titular a un Chendo que por entonces sumaba ya 36 primaveras. Cuando a mitad de temporada ficharon a Panucci, quedó bastante claro que a Secretário se le había acabado el chollo en el Madrid. Hace poco leímos unas declaraciones suyas en las que afirmaba que “a los portugueses se les trata muy mal en España”, sumándose a las quejas de Pepe y Cristiano. Quizá no se ha dado cuenta aún de que si se le trataba mal no era por ser portugués, sino por ser un paquete de mil pares  de cojones.

Víctor Onopko


En 1995, Onopko era considerado uno de los mejores defensas de Europa. Tenía 26 años y, por lo tanto, bastante fútbol y espacio para la mejora por delante. Fichó por el Oviedo. De entre todos los equipos de Europa, fichó por el Oviedo. Sigue corriendo el rumor de que le engañaron, asegurándole que el conjunto asturiano era uno de los más potentes de la liga española. El caso es que permaneció hasta siete años en el club, aun sin cobrar su sueldo debido a los problemas financieros del Oviedo. No tenía un pelo  de tonto, vaya. De hecho, en España se le recuerda más por su cartón superior que por las piernas: en un partido contra el Betis en el que anotó el gol de la victoria, Manuel Ruiz de Lopera, presidente bético por entonces, dijo: el ruso este remató con los pelos del flequillo, y ya está. 0-1”. Sin duda, toda una prueba del inmenso respeto que inspiró en nuestro país. Se fue después un año al Rayo Vallecano y, a partir de ahí, no le hemos vuelto a ver el pelo.

Pedrag Spasic


Otro defensa sin pelos en la lengua ni en la frente. Ramón Mendoza desembolsó 200 millonazos de pesetas en 1990 para ficharlo desde el Partizan de Belgrado, donde se había erigido como el mejor zaguero de la desaparecida Yugoslavia. En su única temporada en el equipo blanco, jugó 22 partidos y logró marcar un gol… en propia puerta jugando contra el F.C. Barcelona, que ganó ese derby merced a la “colaboración” de Spasic. El colmo de las desgracias. En un clamoroso ejemplo de declive deportivo a consecuencia de un mal fichaje, Spasic invirtió el resto de su carrera en el Osasuna, el Atlético de Marbella y finalmente en el Jugopetrol yugoslavo. Se retiró con 31 años.

Winston Bogarde



Representante excelso de la hornada de jugadores holandeses que se fueron al Barça por capricho de Van Gaal y de la que sólo se salva Philip Cocu. Los comentaristas catalanes se empeñaron en llamarle Fojarde aun cuando él mismo había declarado que su apellido no se pronunciaba así. Se lesionó de gravedad en el mundial de Francia 98 y apenas se supo de él en su segunda temporada culé. Lorenzo Serra Ferrer lo mandó a la porra en cuanto se sentó en el banquillo azulgrana, aunque casi debería haber sido al revés, dada la escasez de éxitos que aportó el técnico. Fichó por el Chelsea, donde Claudio Ranieri tardó exactamente 9 partidos en bajarle a los reservas. En una soberbia demostración de profesionalidad, Bogarde afirmó que prefería jugar en los reservas y ganar dinero a ser titular en otro equipo con una ficha inferior. Así que se tiró cuatro años viviendo del cuento en Stamford Bridge. Al poco de retirarse del fútbol, publicó una autobiografía titulada “Bogarde: este negro nunca se inclinó ante nadie” (y no es coña).

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